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Cautiva - Testimonio de un secuestro
13 de Octubre, 2009 · General

La Selva

La selva (extraído del libro Cautiva de Clara Rojas)

Confieso que todo aquello me tenía acobardada. Era demasiadocitadina y se me notaba. Cada día trataba de levantarme con mi mejorcara y elevaba mis brazos al cielo para agradecerle a Dios por estarviva, y por todas las cosas bellas que, a pesar de todo, había en esosparajes.

Pero cuando tocaba seguir caminando en medio de la terribleespesura de la selva, en aquellos terrenos tan inhóspitos, confrecuencia el sudor de la frente se me mezclaba con las lágrimas de losojos.Mesentía en el mismísimo fin del mundo y casi completamente sola. Aún hoyme resulta difícil entender cómo sobreviven los pobladores de aquellasapartadas zonas. Sin más caminos que los ríos, sin embarcaciones, sinsuministros de comida ni de medicamentos, sin ropas ni calzadoapropiados, sin ningún tipo de información, pues allí no llega ni latelevisión, ni la radio y menos aún la prensa, sin luz eléctrica nisuministro apropiado de combustible para la cocción de los alimentos,sin recursos para construir las viviendas más que la madera y laspalmas húmedas que de allí se extraen y que continuamente son presa delgorgojo y el comején.

Pero aquella espesa selva era nuestro entorno y no nos quedaba másremedio que tratar de sobrevivir en ella, a pesar de las dificultades ycarencias. Difícilmente podré olvidar la primera vez que vi un tigre decerca. Me causó una impresión enorme, a pesar de que estaba ya muerto.En las primeras semanas de cautiverio, el comandante que por entoncesestaba a cargo de nosotras, se las ingeniaba para recordarnos de vez encuando que estábamos en plena selva.

Y una mañana se presentó en elcampamento con una cabeza de tigre ensangrentada. Por el tamaño se veíaque pertenecía a un gran animal. Y al rato le vimos llevando al cuelloun collar del que pendían los colmillos que le acababa de extraer a lafiera.

Escierto, que a medida que transcurrían los meses, me fui adaptando avivir en ese entorno, siempre bajo el acecho de los animales. Unatarde, cuando estaba empezando a oscurecer, y yo estaba terminando devestirme después de haberme dado un baño en el río —por aquella época,al principio del secuestro, aún me permitían hacerlo— y de repente oíun grito fuer-tísimo, seguido de voces de guerrilleros como siestuvieran forcejeando. Me pregunté qué habría pasado para que seformara tanta bulla.Entonces vi a un grupo de guerrilleros arrastrando a una culebraenorme, de color dorado con vetas café, que tendría unos 6 metros delargo y un diámetro de, como poco, 50 centímetros, si no más. Lallevaban entre varios y aún así l
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publicado por cautiva2012 a las 23:33 · Sin comentarios  ·  Recomendar

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